Gracias a Fray Antonio de Segovia, OFM, pionero de la evangelización y protector de los indios del Reino de la Nueva Galicia, en 1554 se edificó el convento de San Francisco, lindero sur de Guadalajara.
TEMPLO DE NUESTRA SEÑORA DE ARANZAZÚ. Situado en la confluencia sudoeste del Paseo Fray Antonio Alcalde y la calle de Miguel Blanco, en el centro de Guadalajara, formaba parte del convento de San Francisco de Asís, en su tiempo el convento masculino más antiguo, grande e importante del Occidente de lo que hoy es México. El templo se construyó entre 1749 y 1752, bajo la dirección de Fray Pedro Íñigo Vallejo, primero, y de Fray Tadeo de Vizcarra, después, ambos descendientes de vascos, y gracias al mecenazgo de otro del mismo origen, el comerciante, hacendado y minero Tomás Basauri (1720-1781), que también costeó los retablos barrocos de madera dorada. Fue sede, a partir de 1775, de la Cofradía de Nuestra Señora de Aranzazú (entre nosotros no pronunciamos la palabra como esdrújula sino como aguda).


En 1469, Rodrigo de Balzategui, pastor vecino de Oñate, en Guipúzcoa, descubrió entre una mata de espinos y un cencerro una escultura de la Virgen María. Al verla, exclamó en su lengua “¿Arantzan zu?” (“¿En los espinos, tú?”).
Corte arquitectónico y detalle al interior de la nave


El retablo principal, dedicado a Nuestra Señora de Aranzazú, cuya imagen ocupa el fanal del centro, es de madera labrada y dorada, tiene 12 metros de altura y se divide en dos cuerpos, un remate y tres calles, cuyos ejes son cuatro columnas estípites. No hay certeza absoluta, aunque sí es muy probable, que en 1775 lo haya trazado el arquitecto Francisco Martínez Gudiño y lo haya confeccionado el dorador Domingo Casillas.

En el muro oriente del presbiterio se ve una copia de la pintura San Francisco de Asís moribundo, de camino a Santa María de los Ángeles, bendice la ciudad de Asís en 1226, de François-Léon Benouville (1853).

La decoración de las bóvedas del templo, a base de nervaduras, es exquisita, pues la enriquece pintura mural a base de motivos vegetales y geométricos y emblemas corporativos de los Hermanos Menores: la Cruz de Jerusalén, los estigmas de su Seráfico Padre y el escudo franciscano: los brazos cruzados y llagados de Jesucristo de Francisco.

Inspirándose en el cuadro Visión de San Francisco en la Porciúncula, que en formato vertical (de 206 por 146 cm.) pintó hacia 1670 Bartolomé Esteban Murillo y hoy se conserva en el Museo del Prado, se hizo éste, hacia 1900, para el muro poniente del presbiterio, pero en formato apaisado aunque también muy grande.

Del muro oeste del segundo tramo pende un Árbol genealógico de la Orden franciscana, óleo sobre lienzo de 400 por 520 cm. Lo firma Arellano, sin nombre, porque lo hicieron dos pintores que hace algo más de 300 años trabajaron juntos, Antonio (1640-1700) y Manuel de ese apellido, padre e hijo respectivamente. En él vemos, a la derecha e izquierda del fundador, santos canonizados de las ramas masculina y femenina, terciarios y consagrados.

La tribuna del coro descansa en un arco de cinco centros y es el mejor lugar para admirar el conjunto del templo y su relevancia desde el punto de vista del arte y la cultura. Allí se llega por una escalinata labrada en el cubo cilíndrico del muro oriental de la capilla.

Habiendo quedado desierto el patronazgo de la familia Basauri sobre la capilla de Nuestra Señora de Aranzazú en 1870, al establecerse de nuevo la Provincia extinta de los Santos Francisco y Santiago, en 1908, se incluyó en el santoral de la capilla al laico franciscano San Roque (1295-1379).

Cuando el gobierno liberal demolió el convento de San Francisco, en 1861, salvó a la capilla de Aranzazú el que la familia Basauri sostuviera todavía el patronato de sus ancestros, suerte que no corrieron las otras seis del convento: San Roque, San Antonio de Padua, las del noviciado, del Santo Cenáculo, del Calvario y del Santo Sepulcro. Pero un temblor en 1875 provocó la ruina de muchas de las esculturas de los retablos, que debieron reemplazarse por otras, como ésta de San José.

El retablo del muro oeste del tercer tramo de la nave, dedicado a San José, es el más ambicioso y mejor conservado de los tres. Hecho después de 1775, se denomina anástilo porque no lo sostienen columnas, y apela a una decoración profusa a más no poder. Consta de sotabanco y banco y dos cuerpos separados por cornisas; de sus cuatro pilastras de capitel corintio resultan tres calles donde se acomodaron en repisas, circundando la imagen del titular, cinco esculturas de tamaño natural de santos medulares para la vida religiosa y diocesana, dos de ellos vascos, San Ignacio de Loyola y San Francisco Xavier, castellana la única mujer, Santa Teresa de Jesús, luego San Agustín, cuya regla fue modelo para los mendicantes, y el patrono celestial de los clérigos seculares –los capellanes de la Cofradía–, San Juan Nepomuceno.
Información extra


Aunque el primer historiador regional, Fray Antonio Tello, estudió en la Universidad de Salamanca, fue en el convento tapatío de San Francisco donde compuso su magna Crónica Miscelánea de la Sancta Provincia de Xalisco.

El Obispo de Guadalajara Fray Antonio Alcalde, OP, aprobó las constituciones de la Cofradía de Nuestra Señora de Aranzazú el 16 de mayo de 1775 y ese mismo año el Rey Carlos III la reconoció como válida.

El tapatío Fray Luis del Refugio de Palacio, OFM, historiador y gestor cultural, salvó de la destrucción los retablos de la capilla de Nuestra Señora de Aranzazú, muy dañados por los temblores de 1875.

La capilla de Nuestra Señora de Aranzazú se edificó en el viento sudeste de la Plaza de la Aduana, punto neurálgico del comercio tapatío, donde desembocaba el importante Camino Real de Colima (la actual calle de Colón, que entonces se llamaba de la Aduana); llevaba ese nombre por estar en ella la institución de regulaba la entrada y salida de mercaderías de la ciudad.

En 1861, el anticlericalismo de la facción política liberal, con el propósito de borrar cuanto fuera posible de los edificios religiosos de Guadalajara, destruyó buena parte del grandioso convento de San Francisco. Entre lo que se salvó de ser arrasado se cuenta la capilla de Nuestra Señora de Aranzazú, cuya planta interior mide 31.2 por 8 metros. Sostienen sus bóvedas tres arcos de medio punto con pilastras dóricas unidas por una cornisa corrida, de modo que se forman cuatro tramos. En el segundo de ellos está la sencilla fachada lateral oriente, dedicada a San José.


Los ingresos del templo ven al norte y al oriente. Al primero corresponde el imafronte; la entrada es un arco de medio punto flanqueado por pilastras de fuste liso y capitel toscano que sostienen un cornisamento al centro del cual, en un nicho, está la escultura de la Patrona, y encima de él la ventana coral, rematándolo la espadaña (campanario aquí en forma de pared mixtilínea elevada sobre la fachada).